Luego de unos minutos, Tusko revoleaba la trompa para todos lados, furioso, antes de caer rendido como si hubiese recibido un disparo. Una hora más tarde estaba muerto. Thomas y sus colegas concluyeron entonces que “Al parecer el elefante es altamente sensible a los efectos del LSD”.
35 años después el pobre Tusko era reconocido por su puesto en la ciencia, con el primer puesto en la lista de los experimentos científicos más estúpidos de la historia, compilados por la revista New Scientist.
El autor de la lista, Alex Boase, luego escribió un libro, con muchos más experimentos del estilo, llamado Elephants on Acid and Other Bizarre Experiments.
“Comencé a coleccionar ejemplos de experimentos bizarros hace años cuando estudiaba historia de la ciencia en la universidad”, dijo Boase al periódico Times, “Confieso que no tuve un motivo intelectual, simplemente los encuentro fascinantes”.
1) El elefante y el ácido.
Aquí entra el que ya comentamos, en el que Warren Thomas inyectó 297 miligramos de LSD a un elefante, que es 3000 veces la dosis humana. Quería saber si con esta droga alucinógena podía inducir el musth, un estado de los elefantes que se da una vez al año, cuando tienen un incremento de la excitación sexual, lo que los vuelve más agresivos.
El resultado fue un desastre de relaciones publicas, ya que mató al elefante. Adujeron en su defensa que no esperaban que pudiese pasar eso, ya que ellos habían probado el ácido también.
2) Terror en los cielos
También en los 60, diez soldados en un entrenamiento de vuelo fueron informados por el piloto de que el avión no funcionaba bien y tendrían que aterrizar en el océano. Luego se les acercó un formulario de seguro de vida antes del accidente, para que el ejército no fuese responsable de las muertes o heridas.
Pero el asunto es que en realidad eran parte de un experimento, no pasaba nada con el avión, sino que un grupo de científicos quería saber si los soldados cometían más errores al llenar un formulario si su vida estaba en peligro… sí, leyeron bien.
3) Cosquillas
En los años 30, el profesor de psicología Clarence Leuba, de Ohio, tenía la hipótesis de que la gente aprendía a reírse cuando le hacían cosquillas, no que era algo innato. Lo probó en so propio hijo, que apenas nació prohibió a toda la familia que se riese en relación a las cosquillas cuando el niño estaba presente.
Pero el experimento se le frustró cuando descubrió a su esposa jugando con el niño, haciéndole cosquillas, y riendo. Pero Leuba, no se amilanó y volvió a probar con su hermana…
4) Caras pintadas y ratas descabezadas
En 1924 Carney Landis, de la Universidad de Minnesota, quiso investigar las expresiones faciales de disgusto. Para poder exagerar las expresiones, dibujó líneas en los rostros de los voluntarios con un corcho quemado, antes de pedirles que olieran amoniaco, que escucharan jazz, que mirasen fotografías o pusieran la mano en un balde lleno de sapos.
Luego le pedía al voluntario que decapitara una rata blanca. A pesar de que todos dudaban, y algunos maldecían o lloraban, la mayoría aceptaron hacerlo, mostrando lo fácil que mucha gente se inclina ante la autoridad. Las imágenes quedaron muy raras. Boese cuenta “Parecen miembros de un culto preparándose para hacer un sacrificio al gran dios del experimento”.
5) Los muertos vivos
Robert Cornish, de la Universidad de Carlifornia, creía, en los años 30, que había perfeccionado una forma de levantar a los muertos. Experimentó poniendo a los muertos en un sube y baja para hacer circular la sangre, mientras les inyectaba adrenalina y anti-coagulantes.
Luego de aparentes éxitos experimentando con perros estrangulados, consiguió un prisionero condenado a muerte, Thomas McMonigle, que aceptó ser un conejillo de indias. Pero el estado de California le negó el permiso a Cornish, por miedo a que tuviesen que liberar a McMonigle si la técnica funcionaba… ¿Eh? ¿Que por qué no se lo negaron por locura? No sé.
6) Comida de uñas subliminal
En 1942, Lawrence LeShan intentó influenciar a un grupo de jóvenes de forma subliminal para que dejasen de comerse las uñas. Mientras dormían, les pasaba un disco con una voz diciendo: Mis uñas saben terriblemente amargas”. Pasó que el tocadiscos se rompió, así que él mismo decía el diálogo todas las noches.
Y pareció funcionar, ya que para el final del verano el 40 por ciento de los niños dejó de comerse las uña. Aunque la explicación de Boese suena más interesante, según él los niños pensaban “Si dejo de comerme las uñas el hombre raro se irá lejos”.
7) Los pavos lo hacen hasta con un palo
Martin Schein y Edgar Hale, de la Universidad de Pennsylvania, se dedicaban a estudiar el comportamiento sexual de los pavos allá por los años 60. Descubrieron que las aves no son muy exigentes a la hora de elegir pareja.
Cómo llegaron a esa conclusión es lo peor de todo… tomaron un pavo hembra y le fueron cortando partes del cuerpo hasta que el pavo macho perdió interés. Incluso cuando lo único que quedaba era la cabeza en un palo, los machos seguían excitándose…
8- Perros de dos cabezas
El cirujano soviético Vladimir Demikhov creó un perro de dos cabezas en 1954. Unió la cabeza de un cachorrito al cuello de un pastor alemán. La segunda cabeza podía tomar leche, si bien no lo necesitaba, pero el tema era que la misma chorreaba por el cuello, ya que el esófago no estaba conectado. Ambos animales murieron por culpa del rechazo de tejidos, pero eso no detuvo a Demikhov para crear 19 animales bicéfalos más en los siguientes 15 años.
9) El doctor que tomaba vómitos
Según Stubbins Ffirth, médico de Filadelfia en el 1800, la fiebre amarilla no era una enfermedad infecciosa, y lo probó en sí mismo. Primero se echó vómito en heridas abiertas, luego lo tomó. No cayó enfermo, pero no porque la fiebre amarilla no fuese infecciosa. Luego fue descubierto que debía ser inyectada a la corriente sanguínea, que solía ser por un mosquito.
10) Ojos bien abiertos
Ian Oswald, de la Universidad de Edinburgo, quiso estudiar condiciones extremas para quedarse dormido en 1960. Para eso les puso cinta en los ojos a los voluntarios mientras les ubicaba un banco de luces de flash a 50 cm frente a ellos, y ubicaba electrodos a sus piernas que les administraba shocks eléctricos. También les ponía música con el volumen muy alto.
Los tres sujetos del experimento pudieron dormirse en 12 minutos. Oswald especuló que la llave de todo era el estímulo monótono y regular…